Chantaje periodístico
Luis Miguel López Alanís. Responsable de prensa del Movimiento Antorchista de Michoacán
¿Será posible que haya quien se atreva a denostar vilmente en forma escrita contra las luchas de su propio pueblo por mejorar su triste situación y todavía se atreva a admitir la autoría de su infamia? Más aún, que luego de semejante bajeza, ¿demande el castigo para aquéllos a los que ha acusado y juzgado él mismo de culpables sin demostrarlo y se pavonee de ello? Pues sí, sí existe esa clase de cínicos, la historia está llena de ejemplos.
Ahora es el caso del periodista Juan José Rosales Gallegos, quien publicó en jjrosales.com un “artículo de opinión” titulado “Extorsiona Antorcha Campesina al Ayuntamiento de Morelia”, una catarata de infundios con motivo de las peticiones que los jóvenes antorchistas de las casas del estudiante Espartaco y de la Secundaria Federal 12 “Wenceslao Victoria Soto” (adheridos a la organización estudiantil FNERRR) han presentado en días pasados en la sede del ayuntamiento local. Para intentar comprender el verdadero fondo de ese lodazal periodístico imagine usted que se acusa a alguien que tiene vida de cometer el delito de respirar. El mismo carácter antinatural tiene que Rosales Gallegos acuse a un grupo de jóvenes de ser “viciosos” por exigir a la autoridad municipal que destine recursos para la puesta en escena de una obra de teatro, ¡de teatro! Habría que preguntarle al señor Rosales qué piensa del gasto público destinado al Festival de Cine que recién se realizó en la capital michoacana o del de la reciente presentación de una connotada artista en la plaza Valladolid o del carísimo “mapping” que se proyectó en la misma plaza: ¿lo considerará vicioso también? Pues allí tiene usted que el señor Torquemada Rosales pide castigo para los jóvenes de muy humilde origen por atreverse a solicitar sillas plegables, templetes y sonido para eventos con los que aspiran a presentar sus propias alternativas político-estudiantiles y culturales ante un sistema social que les cierra todas las puertas. Su espanto ante semejante atrevimiento demuestra que no considera aptos para la cultura a los nacidos en cuna pobre, no tienen, dice, “méritos” ni “preparación”, los desprecia, pues. Este señor inquisidor acusa a los espartacos de “conductas ilegales” por exigir material deportivo, uniformes o libros de ajedrez (!), los denuncia públicamente de “abusivos” por pedir la realización de un proyecto ejecutivo para la remodelación de sus cuatro casas y ponerles calentadores solares (¡habrase visto!).
Podría usted esperar que ante semejantes “delitos” el acusador presentase las mínimas pruebas de su aserto, pero sería en vano: no las hay, sólo afirmaciones difamatorias que espera que sean creídas porque él las dijo y nada más. Acusar a los jóvenes de “abuso, violencia y conducta ilegal” porque gritan al unísono consignas y porque ocupan un lugar en el espacio durante su protesta, es propio de personas intolerantes. Pero como ya habló el colérico periodista, ahora es necesario que pruebe sus dichos. Lo retamos a que diga dónde y a qué horas hubo ejercicio de violencia por parte de nuestros compañeritos, a que muestre un solo vidrio roto, una pared pintada o una puerta dañada, un periodista herido o un funcionario golpeado, uno nada más. No puede hacerlo porque no los hay: Antorcha es una organización de paz, aunque le pese escucharlo.
Sin querer tomarse el tiempo necesario para obrar en consecuencia, Rosales Gallegos no recurre a un juez, sino que comodinamente se contenta con lanzar sus infundios a diestra y siniestra, sabedor de la impunidad que gozan los aduladores; por ello, con toda impudicia le promete al lector citar “textualmente” un documento de los estudiantes no lo hace y sigue adelante, sin pena ni congoja; luego, confiesa paladinamente que no entiende nada de lo que pasa cuando califica todo lo sucedido de “embrollo”, es decir, un enredo o confusión, pero no vacila en decir que todo son “caprichos” ¡por fin, en qué quedamos, señor Rosales? Si está confuso ¿cómo puede concluir que son caprichos?
Pero el conturbado Rosales Gallegos no sólo desprecia a los estudiantes pobres, sino también a sus lectores, pues espera que le crean sin analizar a fondo aquello que afirma: no cuestiona la necesidad de lo solicitado por los estudiantes, ni se toma la molestia de pensar en su posible justificación, en la validez o invalidez de los argumentos esgrimidos, en la justeza o no de la respuesta gubernamental, en la oportunidad del momento; nada de eso, simplemente avienta sus calumnias sin intención de que el lector piense, medite, razone, más bien al contrario. ¿No es acaso esto suficiente prueba lógica de que este señor busca más bien agitar los bajos instintos del lector para empujarlo a condenar prejuiciosamente la lucha popular? Pero, ¿a quién beneficia el estercolero de su “artículo de opinión”? ¿Es injustificado pensar que hay una relación entre lo que publica Rosales y la actitud reticente de la Presidencia Municipal de Morelia a apoyar las justas demandas estudiantiles? ¿o pensar que hay algo más que una coincidencia temporal entre ambos hechos, sobre todo cuando el presidente municipal mismo declara públicamente que deplora que “se utilice” a los secundarianos para “cerrar calles”?
¿Cómo darle crédito así, con esa carta de presentación, a Juan José Rosales Gallegos, a su acusación de que los estudiantes son “entrenados” por mi organización como “especialistas del chantaje”? Resulta una gran hipocresía que Rosales, aparentando una pulcritud civil de la que carece, exija “transparentar negociaciones y hacer públicos todos los acuerdos” que se hacen con estudiantes de escasos recursos económicos, como si fueran por sí mismos oscuros e ilegales tratos, propios de “vividores”. Con este tono amenazante, Juan José Rosales, “defensor” de “los ciudadanos afectados”, induce al lector a pensar que los estudiantes son criminales a los que hay que tratar a toletazos de policía.
Y mediante estas amenazas, presiona a los estudiantes para obligarlos a retirarse de su lucha, a que obren en contra de sus deseos de conseguir por vía legal, civil, lo que necesitan para continuar estudiando, los obliga, nos obliga a todos, a renunciar al progreso social. Y esto amigo lector, si usted consulta el diccionario, se llama extorsión o chantaje. El aparente sinsentido ha tomado sentido. O sea que el verdadero chantajista es el señor periodista Rosales Gallegos y usted y nosotros somos el objeto de su extorsión. Que no le quepa la menor duda.
Por ello, desde aquí expresamos nuestro respeto y solidaridad a los jóvenes a los que ha tenido el atrevimiento de enlodar, citándolos, infame, por su nombre y exponiéndolos a injusta condena pública. Muy al contrario de lo que dice Rosales en sus vomitivas, los jóvenes Cuauthémoc Martínez Domínguez, Eurídice Guerrero Rojas, Karla Viridiana López Magaña y Carmen Ramírez Ávila, son miembros de una juventud digna, que encabeza un movimiento esperanzador que quiere construir un México mejor y más justo. Con su chantaje periodístico, Juan José Rosales los ha puesto en peligro y desde ahora lo hacemos responsable directo de los daños que puedan sufrir en sus personas o en sus vidas. Que conste.